Libro: "Separación matrimonial y conflicto conyugal.
Sus efectos en los hijos"
Autor: Dr.
Hernán Montenegro A.
Editorial: Mediterráneo Ltda.
2002
Este es el título de un interesante libro del Dr.
Hernán Montenegro (2002) quien a través de su experiencia clínica e investigaciones, describe el efecto de la separación de los padres en los hijos.
Lo interesante es que además, incluye en su análisis y reflexión lo que en general no se le ha dado mucha atención que, son los efectos en los hijos cuando existe un conflicto conyugal en matrimonios que no se han separado.
Es un libro clínico de ayuda a los padres y muy atingente al momento actual de esta sociedad que fracasa reiteradamente en llegar a un acuerdo respecto del divorcio de los matrimonios.
Creo que el motivo de este fracaso es, porque se ha ideologizado un tema, negando la realidad y sin considerar a los más afectados que son los hijos.
Es un tema que toca principalmente el aspecto emocional, afectivo de todos los involucrados y pareciera ser que se ha convertido en una lucha de poder, optando por el doble estándar que existe y por la distorsión de los hechos para poder obtener una nulidad matrimonial.
Los hijos no entienden lo que está en discusión en esta sociedad.
Los hijos de padres que se separan igual (con leyes o sin leyes) y los hijos con padres en permanente conflicto, lo único que entienden es que es doloroso y que los adultos no saben conversar, ni ponerse de acuerdo y que estar en pareja, al parecer es algo muy complejo, difícil y no como lo describen los cuentos, la realidad es bastante diferente.
Recogeré ideas de algunos capítulos del libro como para motivar al lector a leer el libro completo.
El Dr.
Montenegro en el prólogo, dice que el quiebre de un matrimonio es uno de los eventos más dramáticos que pueden ocurrir en la vida familiar.
Compromete a todos los miembros de la familia y sus efectos son fuente de intensas reacciones emocionales.
Son muchos los errores que se cometen cuando los padres se separan.
Algunos podrían haberse evitado si hubieran contado con una información adecuada, ya sea antes de tomar la decisión, en el momento de concretarla o con posterioridad de haberse separado.
Hay otros casos en que la forma patológica de llevar a cabo la separación, esto es cuando la rabia, el resentimiento o el deseo de venganza nublan el poder darse cuenta de mayor daño que están provocando a los hijos, podrá hacer necesaria una mediación que junto con proveer información, contribuya a atenuar el sufrimiento emocional de los hijos y de los cónyuges.
La mayoría de las separaciones se producen por decisión de los padres, sobre la base de juzgar que su situación de vida es considerada por uno o ambos como intolerable.
Son muy pocos los niños que están de acuerdo con esta decisión.
Lo habitual es que durante mucho tiempo sigan deseando que sus padres se reconcilien y vuelvan a vivir juntos.
Todo lo que los padres puedan hacer por evitarles mayores experiencias traumáticas a los hijos va a contribuir a preservar su salud mental.
La variable más importante que influirá en la mejor o peor forma en que los niños se adapten a la separación o al divorcio, no es la separación per se, sino el grado de conflicto que haya existido antes y/o el que siga existiendo después de la separación.
Se ha comprobado que en familias que no se separan, pero que la frecuencia del conflicto es alta y la forma que adquiere es intenso, sus efectos no difieren de la de aquellas separaciones precedidas o seguidas de un alto nivel de conflicto entre los cónyuges.
El conflicto marital es definitivamente el predictor más importante del grado de dificultades emocionales, conductuales o académicas que tendrá el hijo de padres separados y no la separación por sí misma.
Los síntomas son muy semejantes a aquéllos que se han reportado en los hijos de padres separados: trastornos conductuales, conductas antisociales, dificultades de autoridad, depresión y problemas de rendimiento escolar.
Independientemente del estatus matrimonial de los padres, sea que éstos estén separados, divorciados o permanezcan juntos, se ha podido establecer que los hijos que estuvieron expuestos a un alto nivel de conflicto conyugal en su infancia, presentan en su edad adulta joven una mayor incidencia de depresión y de otros trastornos psicológicos.
Tanto la intensidad como la frecuencia del conflicto marital, la forma en que se expresa y se resuelve, junto con la presencia de algunos factores protectores, van a determinar el grado de impacto que tendrán en los hijos los conflictos conyugales.
Se ha comprobado que la severidad de las peleas tiene un rol central.
También se ha comprobado que la alta intensidad de las peleas entre los padres se asocia a trastornos del apego y angustia, tanto en lactantes como en preescolares.
En niños de edad escolar y adolescentes produce los mayores y más consistentes impactos en su conducta y estado emocional.
Estos se traducen en síntomas tanto externalizados (como desobediencia, agresión, conductas delictuales) como internalizados (depresión, angustia, baja autoestima) afectando por igual a ambos sexos.
La alta frecuencia de los conflictos matrimoniales ha sido considerada una de las variables que tiene enorme influencia negativa en el desarrollo y adaptación de los hijos.
En relación a la forma en que se expresa el conflicto conyugal, se ha podido observar que el conflicto abierto, manifestado tanto física como verbalmente, a través de golpes, insultos, gritos, burlas, etc., se asocia mayormente con conductas externalizadas.
En cambio, los conflictos encubiertos entre los padres, conductas pasivo agresivas tales como la "triangulización" de un hijo (por ejemplo, cuando cada uno de los padres quiere aliar a un hijo a su causa o lado del conflicto), resentimiento, ambientes tensos en donde no se habla, se asocia más a síntomas internalizados (depresión, angustia, aislamiento).
Entre los factores protectores que pueden atenuar los efectos negativos del conflicto marital mayor, están el que el niño tenga una buena relación afectiva con al menos uno de sus padres o con un adulto significativo, la calidez parental, el apoyo de los hermanos y en el caso de los adolescentes, que tengan una buena autoestima y apoyo de sus pares.
La calidez parental, sólo es un factor protector en el caso de las hijas, pero no de los hijos varones.
El factor no sólo de riesgo, sino que definitivamente de mayor peso como productor de los mayores daños psicológicos en los hijos es la violencia.
Diversos estudios revelan que entre un 40% y un 60% de los hijos de matrimonios donde existe violencia, son también objeto de violencia de parte de la madre, del padre o de ambos y tienen más patologías psiquiátricas que los niños de matrimonios con alto nivel de conflicto, pero sin violencia.
El proceso mediante el cual el conflicto conyugal produce daños en los hijos puede ocurrir en forma directa o indirecta.
Cuando es directa, el alto grado de conflicto entre los padres opera negativamente al proveer directamente un modelo de conducta a los hijos, impedir la oportunidad para aprender habilidades de interacción social adecuadas.
Los niños aprenden a comportarse por imitación de modelos adultos y las principales fuentes de imitación al respecto son sus padres.
Los hijos que observan constantemente agresiones verbales o físicas entre sus figuras parentales van a incorporar en el desarrollo de su personalidad estas conductas hostiles e impulsivas.
Si en la resolución de conflictos no han tenido posibilidad de reconocer el valor del diálogo, la persuasión respetuosa, el compromiso, la negociación, van a carecer de las destrezas sociales, del control de la impulsividad y la modulación afectiva necesarias para la relación exitosa con sus pares.
Habrán aprendido del modelo parental, que la hostilidad, la agresión y la violencia son formas aceptables y legítimas para zanjar las diferencias de opinión o necesidades.
Cuando el daño que se produce en los hijos por el conflicto parental es indirecto, repercute negativamente en los hijos, ya que se ha podido constatar que esto ocurre al alterarse la relación madre-hijo y la relación padre-hijo.
La discordia marital severa y persistente junto con la inevitable insatisfacción conyugal, deteriora la función parental; lo que incluye la forma en que se ejerce la disciplina, la expresión de afecto y las agresiones físicas o verbales especialmente por sexo cruzado.
Las madres tienden a ser menos cálidas y empáticas con sus hijos, son más rechazantes, más inconsistentes o erráticas en sus normas disciplinarias, más duras en sus castigos y usan más la culpa y el temor como técnicas disciplinarias.
Lo que se asocia con hijos con bajo repertorio social y tendencias al aislamiento.
Los padres tienden a marginarse más de su rol parental y a alejarse de sus hijos.
Esta actitud está bastante más influida por la actitud que la madre tenga sobre el rol parental de su marido que por su propia actitud.
Es frecuente observar que madres cargadas con rabia puedan excluir a sus cónyuges de sus funciones parentales como un gesto de represalia o como una forma de retener un área de poder dentro del matrimonio.
Otra forma indirecta del conflicto parental y el consecuente daño a los hijos, se produce a través del desacuerdo entre los padres en torno a la fijación de límites y normas disciplinarias de los niños.
Desde el enfoque sistémico, se sugiere que los niños pueden reaccionar al conflicto entre sus padres desarrollando ellos mismos algún problema en un afán por adaptarse al sufrimiento del sistema o más frecuentemente para distraer o interrumpir la atención de sus padres del conflicto matrimonial y centrarla en ellos, pretendiendo de esta forma evitar la desintegración del sistema familiar.
Errores comunes de los padres que se separan
Los efectos negativos en los hijos pueden atenuarse significativamente si se tienen en cuenta las precauciones siguientes:
1.- Evitar absolutamente involucrar a los hijos en el conflicto entre los padres, ya sea explícita o implícitamente o permitirles que se alíen con cualquiera de los padres.
Esto exige no hacerlos partícipes de los motivos de las desavenencias o emitir juicios negativos o descalificatorios respecto del otro cónyuge.
2.- Lo anterior supone reconocer que los sentimientos que un cónyuge puede llegar a tener en contra del otro, jamás van a ser los mismos que los hijos tendrán por ese padre o madre, por muy negativa que haya sido su conducta.
Los sentimientos conyugales no son endosables a los hijos.
3.- No utilizar a los hijos como armas para obtener mayores beneficios económicos o satisfacer sentimientos no resueltos con el otro.
4.- No utilizar a los hijos como correos o mensajeros.
5.- No separar a los hermanos ya que el hacerlo los hará experimentar una doble separación y un mayor sufrimiento.
6.- No involucrar a los hijos en nuevas relaciones de pareja a no ser que se visualicen éstas como estables y definitivas.
La idea es no exponer al niño a un nuevo vínculo que luego signifique otra pérdida emocional.
7.- No hacer como seguimos siendo familia intacta.
Se trata de marcar la separación y hacer todo lo posible por no fomentar falsas expectativas en los hijos, de esta forma se contribuirá a que acepten realistamente su condición de hijos de padres separados y logren una mejor adaptación a ella.
Lo que no hay que hacer por muy buenas intenciones que los padres tengan es por ejemplo, que algunos padres con el afán de disminuir el impacto de la separación mantienen ciertas rutinas tales como almorzar o cenar juntos.
En otros casos, el padre llega a la casa donde viven los hijos con su madre y se instala a ver TV o a ayudarle en las tareas escolares a sus hijos.
Estas situaciones pueden resultar siendo perjudiciales para los hijos, ya que les resultará muy difícil entender por qué se separaron y por lo mismo, les permitirá mantener viva la expectativa que los padres se vuelvan a juntar.
8.- Evitar conversar sobre asuntos problemáticos después de la separación delante de los niños.
El rol parental, que no caduca con la separación, obliga a los padres a tener que analizar y llegar a acuerdos sobre los múltiples asuntos inherentes a la educación y bienestar de los hijos.
Aunque haya una buena relación entre los ex cónyuges, es conveniente que estas materias se discutan en lugares donde los niños no estén presentes, ya que no es previsible el curso que pueda tomar la discusión.
9.- Es necesario que los padres mantengan aunque sea una fachada de cordialidad delante de los niños.
Los padres en sus días de visita, hay que evitar que el encuentro con los hijos sea en la calle o en otros lugares que no sea la casa del padre o madre custodio.
10.- Evitar absolutamente emitir juicios derogatorios respecto del padre o madre ausente en presencia de los niños.
11.- Respetar los días y horarios de visita.
El no hacerlo produce sentimientos de frustración y los hijos comienzan a dudar del cariño parental.
12.- Hay que tener especial cuidado en aquellos casos en que el niño(a) rechaza velada o abiertamente salir con el papá (o mamá) no custodio.
La mayoría de las veces esta conducta no refleja un problema en la relación con la persona del padre (o madre), sino que es producto de un conflicto de lealtades exacerbado.
Esto puede deberse a la percepción del niño de que a la mamá (o papá) a cargo de la custodia no le gusta o no quiere abierta o encubiertamente que se realicen estas visitas.
Por ejemplo, al decir el hijo "no quiero salir con el papá", a veces incluso en medio de llantos "desesperados", le está demostrando a su madre que está aliado con ella en el conflicto parental.
Otras veces esta resistencia puede deberse al temor de tener que mentirle a la mamá cuando el papá, durante las visitas, está acompañado por una pareja, situación que la madre tiene prohibida.
13.- En los llamados "divorcios destructivos", la manipulación conciente o subconsciente ejercida por el padre o madre custodio para causar el rechazo del niño(a) hacia el padre (o madre) no custodio, obstruyendo así la relación.