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El tormento de la pandemia recuperó una vieja novela de Albert Camus y la catapultó a los primeros lugares entre los libros más vendidos en Italia, Francia y España. Puede que la generación más amenazada la tenga presente en su memoria, pero la buscaron también los jóvenes para leerla en espejo con los días de su confinamiento.

CARLOS MARÍA DOMÍNGUEZ, 21 Junio 2020

Un clásico que se convirtió en best seller

Por qué La peste de Albert Camus todavía nos interpela

La peste es una metáfora de la guerra y sus miserias, pero también un libro inteligente sobre cómo cada individuo debe lidiar en términos psicológicos con una epidemia, de la mano de Albert Camus.

 

Albert Camus

Albert Camus por Ombú

El tormento de la pandemia recuperó una vieja novela de Albert Camus y la catapultó a los primeros lugares entre los libros más vendidos en Italia, Francia y España. Puede que la generación más amenazada la tenga presente en su memoria, pero la buscaron también los jóvenes para leerla en espejo con los días de su confinamiento.

 

Camus publicó La peste en 1947, basado en la epidemia de cólera que asedió a la ciudad argelina de Orán un siglo antes. Sin embargo, los escritos preliminares datan de 1941, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el escritor integraba la resistencia contra la ocupación de los nazis en Francia, de modo que el coronavirus y la resurrección de la novela pueden considerarse un nuevo bucle de los sufrimientos de la humanidad frente a la muerte masiva y los padecimientos que no comprende.

Otras pestes

A lo largo de la historia la literatura narró el comportamiento humano en sucesivas epidemias. Giovanni Boccaccio ubicó las cien historias del Decamerón durante la peste negra que asoló a Florencia en 1348; Alessandro Manzoni escribió la primera novela italiana moderna, Los novios, ambientada en la peste bubónica que entre 1629 y 1631 se cobró la vida de 280 mil personas en Lombardía y el Véneto; Daniel Defoe concibió su Diario del año de la peste en recuerdo de la misma infección en Londres, en 1665, y entre otros precedentes cabría sumar al médico sueco Axel Munthe y su celebrada La historia de San Michele, con sus vivas descripciones de la epidemia de rabia en París, y la del cólera en Nápoles, en 1873.

La novela de Camus sitúa la peste bubónica de Orán en una fecha hipotética de 194…, y comienza con un acápite de Daniel Defoe: “Tan razonable como representar una prisión de cierto género por otra diferente es representar algo que existe realmente por algo que no existe”. La cita anuncia la intención de narrar el flagelo como figura de otras calamidades y poner a jugar las actitudes de la población frente a la emergencia. Puede que los lectores de 1947 hayan visto en el relato los padecimientos de la guerra, pero los de 2020 difícilmente podrán sustraerse al magnetismo de la epidemia, que emerge bajo la forma de una crónica con un fuerte tono descriptivo de las primeras manifestaciones de la enfermedad, el desconcierto de las autoridades y la confusión sanitaria, pasando por la plena asunción de la emergencia, las muertes cotidianas, el cierre de la ciudad, las obligadas cuarentenas y la liberación del encierro cuando el contagio cede y deja de matar.

 

Alrededor del doctor Bernard Rieux y de sus ocasionales colaboradores, Camus teje, velada y morosamente, las ideas que sostienen el relato de los nueve meses que asedian a la ciudad de Orán: que el hombre vive enfrentado a un desamparo de sentido, que delante de su impotencia y la dimensión del absurdo adoptan toda clase de actitudes para justificar la vida en una suerte de laberinto sin salida, y las plagas muestran que “hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio”.

Si La peste comienza como una novela decimonónica, pronto abandona esa guía para adoptar una mirada distanciada sobre los acontecimientos y acerca la atención sobre cuatro personajes que rodean al doctor Rieux: un asistente sanitario que reinicia incansablemente la primera frase de la novela que se propone escribir, un periodista francés que intenta huir del cerco de la ciudad para reunirse con su amada, un vecino que, malogrado su intento de suicidio y sabiendo que cuando termine la epidemia la justicia vendrá por él, contempla las muertes cotidianas con piadosa complicidad, y otro vecino convencido de que solo se trata de sostener a los demás y ayudarlos a sobrevivir, aun cuando los males que sobrellevan no tengan redención posible. Rieux encarna una pragmática neutralidad frente a lo que lo rodea y mantiene un fuerte control sobre sus emociones, resignado a la imposibilidad de curar. Pero más que personajes se trata de siluetas de escasa carnadura y en varios momentos el relato pierde tensión para retomar el interés en algunos diálogos especialmente concentrados.

La muerte como estadística

Todo el atractivo está volcado sobre el retrato del padecimiento social, el exilio y la separación de los seres queridos, el aislamiento, la resignación, la confusión general, el avance a ciegas de los médicos en busca de un suero salvador, los patetismos de la enfermedad, la obligada conversión de la muerte individual en el número de una estadística, los esfuerzos por sostener una esperanza y finalmente el reencuentro cuando se vuelven a abrir las puertas de la ciudad. Por debajo, sin embargo, corre la peste como una metáfora de la guerra y sus miserias.

En uno de los pasajes más reveladores del libro, dice Tarrou, el hombre dispuesto a cargar con los padecimientos del hombre luego de participar de las luchas ideológicas: “Con el tiempo me he dado cuenta de que incluso los que eran mejores que otros no podían abstenerse de matar o de dejar matar, porque está dentro de la lógica en que viven, y he comprendido que en este mundo no podemos hacer un movimiento sin exponernos a matar. Sí, sigo teniendo vergüenza, he llegado al convencimiento de que todos vivimos en la peste y he perdido la paz… Y sé que hay que vigilarse a sí mismo sin cesar para no ser arrastrado en un minuto de distracción a respirar junto a la cara de otro y pegarle la infección. Lo que es natural es el microbio. Lo demás, la salud, la integridad, la pureza, si usted quiere, son un resultado de la voluntad, de una voluntad que no debe detenerse nunca… Sí, Rieux, cansa mucho ser un pestífero. Pero cansa más no serlo. Por eso hoy todo el mundo parece cansado, porque todos se encuentran un poco pestíferos. Y por eso, sobre todo los que quieren dejar de serlo, llegan a un extremo tal de cansancio que nada podrá liberarlos de él más que la muerte”.

 

Es posible que los lectores uruguayos encuentren muchos núcleos de identificación con los aciagos padecimientos de Orán y sobrevuelen ligeramente las apelaciones metafóricas a una guerra que no vivieron más que de un modo periférico y lejano, pero siempre cabe la oportunidad de que alguien descubra en la peste una figura más honda del dolor humano y acompañe a Camus en la ambición piadosa y descarnada de sus reflexiones.

LA PESTE, de Albert Camus. Penguin Random House, 2020. Montevideo, 255 págs. Traducción de Rosa Chacel.

La peste