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Nuestras experiencias y acciones modifican nuestro cerebro continuamente y así determinan lo que después seremos capaces de percibir, recordar, entender y hacer. Esta extraordinaria propiedad de nuestro cerebro es la memoria, una facultad a cuyo estudio ha dedicado una gran parte de su carrera el biólogo, investigador y científico Héctor Ruiz Martín. En su obra ' Los secretos de la memoria' (Penguin Libros) aborda, a través de historias humanas extraordinarias, su afán por descubrir quiénes somos a través de la comprensión de nuestra capacidad para atesorar y rememorar el pasado, de adquirir conocimientos,

17 Oct2022 Raquel Alcolea Redactora

«La memoria no funciona como un músculo que se pueda entrenar»

Héctor Ruiz Martín, biólogo, científico e investigador, comparte en su obra 'Los secretos de la memoria' las historias humanas que nos recuerdan que gracias a los recuerdos todos somos más libres y destierra los falsos mitos que existen en torno a esta cercana y recóndita facultad

 

Héctor Ruiz Martín, autor de 'Los secretos de la memoria'

Héctor Ruiz Martín, autor de 'Los secretos de la memoria' - Foto: Abel Pau / Penguin Libros

 

 

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Nuestras experiencias y acciones modifican nuestro cerebro continuamente y así determinan lo que después seremos capaces de percibir, recordar, entender y hacer. Esta extraordinaria propiedad de nuestro cerebro es la memoria, una facultad a cuyo estudio ha dedicado una gran parte de su carrera el biólogo, investigador y científico Héctor Ruiz Martín. En su obra ' Los secretos de la memoria' (Penguin Libros) aborda, a través de historias humanas extraordinarias, su afán por descubrir quiénes somos a través de la comprensión de nuestra capacidad para atesorar y rememorar el pasado, de adquirir conocimientos, de desarrollar habilidades, de adoptar hábitos y, en definitiva, de construir nuestra identidad.

 

Portada del libro.

Portada del libro. - Penguin

Descubrimos junto al autor el potencial de esta facultad, así como su inherente fragilidad y desterramos algunas de la falsas creencias que persisten en torno a la memoria.

¿Por qué se dice que algunas personas tienen una memoria prodigiosa? O mejor precisemos, ¿Qué es tener buena memoria?

Antes me gustaría explicar qué es la memoria, pues cuando nos referimos a ella de manera cotidiana hablamos de aquello que nos permite retener datos. Pero en realidad la memoria es la capacidad de aprender cualquier cosa, no solo datos, sino también ideas, conceptos, habilidades... Surge de la capacidad del cerebro de cambiar en todas nuestras experiencias y acciones. Y lo hace para que podamos responder de una manera más adaptativa, más adecuada a nuestros propósitos, la próxima vez que nos encontremos con un estímulo igual o parecido al que ha producido esos cambios y así seamos capaces de hacer cosas que antes no podíamos o no sabíamos hacer.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Dicho esto, la pregunta que hace se refiere a un tipo de memoria que es la explícita o declarativa, que es la que permite recopilar la información que llega a través de los sentidos, como la verbal, la visual, auditiva... De hecho hay que diferenciar entre la memoria episódica o autobiográfica, que es la que permite recordar los acontecimientos de nuestra vida, y la memoria semántica, que es la que va guardando nuestros conocimientos sobre el mundo que nos rodea y que se llama así, semántica, porque en ella todo está conectado por relaciones de significado. Lo que mejor recuerda la memoria es el trasfondo de las cosas, las ideas. Somos malos recordando algo exactamente como sucedió pero somos buenos recordando el trasfondo. Lo que hacemos es reconstruir ese momento y hacer una estimación de lo que pasó. Esta estimación suele ser buena porque conserva el significado, que es, al fin y al cabo, lo más importante de lo que sucedió.

Y ya respondiendo a la pregunta, efectivamente hay diferencias innatas (condicionadas por la genética) en las personas en lo que se refiere a su facilidad por aprender, recordar y retener.

Pero, ¿recordamos mejor aquello que nos interesa o nos gusta más?

No es que espontáneamente vayamos a recordar más lo que nos interesa o que nos motiva, es que ese hecho, el hecho de que nos interese y nos motive, hace que le dediquemos más atención, que le dediquemos más tiempo, que pensemos más sobre ello, que se lo contemos a otras personas y se lo expliquemos... y todas esas acciones son las que hacen que lo recordemos mejor.

Además las cosas que nos interesan son las cosas sobre las que aprendemos. Y cuanto más sabemos sobre algo más fácil nos resulta seguir aprendiendo cosas relacionadas con lo que sabemos. Nuestra memoria funciona conectando la nueva información, lo que estamos experimentando, con los conocimientos que ya contiene. Para recordar algo o para incorporar algo a la memoria semántica necesitamos hacer conexiones entre lo que ya sabemos y lo que estamos experimentando. Eso significa que cuanto más sabemos sobre algo más conexiones podemos hacer con la nueva información. Por eso nuestra memoria se va haciendo más fuerte en aquellos campos sobre los que hemos aprendido algo.

En su obra explica que, de alguna manera, «somos lo que recordamos», ¿cómo encaja o conecta la memoria con las emociones?

Tenemos la intuición de que las emociones hacen que recordemos mejor las cosas y efectivamente tienen efecto sobre la memoria episódica, la de los acontecimientos y la de las cosas que nos suceden y que podemos situar en un momento determinado del tiempo y del espacio. Sabemos que las emociones permiten que consolidemos de manera preferente aquellos hechos de nuestra vida que han promovido una respuesta emocional. Más que nada porque si la han provocado es porque tienen una importancia vital, las emociones al final son respuestas automáticas que surgen cuando un estímulo representa un riesgo o una oportunidad para nuestros propósitos.

Ahora bien, esto se confunde y suele generar un malentendido porque creemos que, por tanto, las emociones nos pueden ayudar a aprender mejor. Pero eso no es así porque los conocimientos dependen de otro tipo de memoria, que es la memoria semántica. Y esta no se ve influida o ayudada por las emociones, sino más bien todo lo contrario pues cuando tratamos de aprender una idea o un concepto nuevo lo que necesitamos es poder pensar sobre ello y conectarlo con nuestros conocimientos previos. Y las emociones intensas no son buenas amigas de la reflexión o del razonamiento. Entonces, por ejemplo, si apelas a las emociones para que un estudiante aprenda algo determinado haciendo algo espectacular en clase conseguirás que recuerden eso tan llamativo que hiciste y no los conocimientos que pretendes que aprendan.

Esto sucede mucho con la publicidad, ¿no? Uno recuerda algo que le llamó la atención de ese anuncio pero no aquello que quieren publicitar...

Sí, de hecho los anuncios suelen jugar con un tipo de memoria que es la familiaridad y de la que no somos del todo conscientes pues son cosas que aprendemos pero no localizamos de una forma tan fácil. Y eso provoca que cuando te encuentras con ese producto de alguna manera te parece más atractivo, más familiar, que otro que quizá no hayas visto en la publicidad, aunque no sepas ni dónde ni cuándo ni siquiera tengas consciencia de que lo conocías.

Confieso que he subrayado una frase de su libro: «Pensar es recordar de incógnito», ¿cuál es su trasfondo?

Pensar es movilizar los conocimientos para tratar de conectarlos con una nueva experiencia y combinarlos para resolver un problema nuevo. Sin conocimientos, uno no puede pensar. Por eso es importante entender que la memoria no es una habilidad cognitiva que vaya aparte del razonamiento, la inteligencia, la percepción o incluso la atención, sino que es indisociable de las demás y que es inherente a todas ellas. La memoria es la que permite interpretar al instante lo que estamos percibiendo (significado, valor, riesgo...). Tanto la atención como el razonamiento van guiados por los conocimientos. Cuando digo que pensar es recordar de incógnito hago referencia a que cuando damos la solución a un problema lo que estamos haciendo es buscar en nuestra memoria soluciones a problemas que nos parecen parecidos y tratar de transferirlos a esa nueva situación.

«Creemos que las emociones pueden ayudar a aprender mejor. Pero eso no es así porque los conocimientos dependen de otro tipo de memoria, que es la semántica. Y esta no se ve influida por las emociones, sino más bien lo contrario»

A veces en el entorno laboral o académico se escuchan frases del tipo: «mi memoria ya no da para más», «en mi cabeza ya no tengo espacio para nada más»... ¿existe realmente un límite para la memoria?

La memoria no tiene límites. A veces pensamos en ella como si fuera un almacén y hablamos de ella en término de espacio, pero no funciona de esa forma. Técnicamente podríamos llegar a recordar todo lo que vivimos, pero afortunadamente no sucede así. Precisamente una de las bondades de la memoria es el olvido porque eso es lo que nos permite abstraer y desarrollar los conceptos y las ideas que son las que nos permiten interpretar nuevas situaciones. Por tanto, ¿puedo llegar a un límite en el que ya no pueda aprender más? No, no se llega a un límite.

Pero en el día a día es cierto que en un momento determinado uno puede estar cansado tras haber hecho un gran esfuerzo cognitivo que, sumado al estrés, le haga tener la sensación de que tiene, digamos, «la cabeza como un bombo». En ese caso lo que necesita realmente es descansar. Una vez que descanse, volverá a renovar su capacidad para seguir aprendiendo y recordando. Y también hay que matizar que, con la edad, es decir, a medida que nos vamos haciendo mayores, la memoria ya no tiene la facilidad que tiene cuando somos más jóvenes. Pero a pesar de eso algo increíble de nuestro cerebro y de nuestra memoria es que podemos aprender a lo largo de toda la vida. Incluso a los 80 podemos estar aprendiendo un idioma. Nos costará más que cuando teníamos 15 años, pero no sería imposible, ni mucho menos.

Algunas personas aseguran recordar claramente momentos de la infancia, ¿a partir de qué edad es posible recordar algo real de lo que hemos vivido?

Hablamos aquí de la memoria autobiográfica o episódica. Sabemos que hasta los tres años (aproximadamente) esa memoria aún no nos permite recordar lo que pasa en esa etapa y eso es algo que aún se está investigando, pero lo que sí que está sucediendo en esos años es que estamos aprendiendo y estamos obteniendo conocimientos sobre el mundo.

Cuando uno afirma que recuerda cosas de esa época es difícil discernir si en realidad lo que ha pasado es que ha generado un falso recuerdo. Los falsos recuerdos son casi tan habituales como el olvido. Entre recordar e imaginar no hay mucha diferencia. De manera que es habitual que generemos falsos recuerdos de cosas que no hemos vivido y en concreto a esas edades es probable que tengamos recuerdos de cosas que nos han contado y que hayamos convertido esas explicaciones en nuestros propios recuerdos. Confundimos fácilmente la fuente de nuestros recuerdos. Y también el hecho de mirar fotos puede hacer que generemos recuerdos, no siempre verdaderos.

A partir de los tres años, aproximadamente y dependiendo de la persona, ya sí que se da el hecho de que los recuerdos episódicos empiezan a perdurar o a consolidarse y aquellos que tengan un impacto emocional sí que se pueden empezar a recordar como por ejemplo tener un hermano o hermana.

«Una de las bondades de la memoria es el olvido porque eso es lo que nos permite abstraer y desarrollar los conceptos y las ideas que son las que nos permiten interpretar nuevas situaciones»

Háblenos por tanto de los tipos de memoria que existen...

Tenemos muchos tipos de memoria porque es muy compleja y hay muchos sistemas, pero se pueden dividir en dos clases. Por un lado, la que llamamos memoria explícita o declarativa, que es la que tiene que ver con recopilar información que viene a través de los sentidos y con la que generamos ideas y conceptos. Y por el otro están las memorias que entrarían dentro del cajón de sastre de la memoria implícita, que solo se ponen de manifiesto en un cambio de conducta, es decir, en el hecho de que puedas responder de una manera distinta a un estímulo a lo que lo hacías antes de haber aprendido sobre ello. La más importante de todas ellas es la memoria procedimental que es la que nos permite desarrollar habilidades. Desde conducir a atarnos los zapatos pasando por montar en bicicleta, escribir, abrir una puerta o cualquier acción que luego ya se pueden hacer incluso sin pensar.

Pero luego hay otros muchos tipos de memoria dentro de ese cajón de sastre que he citado. Un ejemplo puede ser la memoria del condicionamiento, es decir, el hecho de que un estímulo te provoque automáticamente una respuesta. De hecho tenemos un sistema específico para que nos produzca aversión cualquier alimento que hayamos comido y después hayamos vivido alguna molestia estomacal o algún trastorno digestivo para que la próxima vez que te lo encuentres no te apetezca comerlo.

¿Cómo se puede conservar una memoria sana? ¿Cómo la cuidamos?

Para cuidar de la memoria tenemos que seguir hábitos saludables, es decir, cuidar la salud en general atendiendo a la alimentación, al ejercicio regular, a descansar bien y a evitar el alcohol y el tabaco. Pero cuando se hace referencia explícita al cuidado de la salud cognitiva es importante desterrar el mito de que podemos entrenar la memoria porque en realidad no es así. Ojalá fuera posible, pero no lo es. La memoria no funciona como un músculo que se pueda ejercitar. Antes comentábamos que nuestra memoria se iba haciendo fuerte en aquello sobre lo que aprendíamos, es decir, cuando aprendo mucho sobre algo sí que es cierto que mi memoria se hace más fuerte pero solo para seguir aprendiendo cosas relacionadas con esa temática, no con cualquier otra cosa. De manera que si yo ejercito mi memoria aprendiendo o incluso memorizando unos datos determinados no significa que mi memoria se vaya a hacer más fuerte para aprender, recordar o memorizar otras cosas que no estén relacionadas con lo que memorizo desde un punto de vista semántico. Que me pase horas haciendo sudokus servirá para que mejore haciendo sudokus. Pero eso no se transferirá a otras tareas en las que se necesite la memoria. Si no vamos a poder hacer relaciones semánticas, se empieza desde cero.

Por tanto, no hay un músculo que ejercite la memoria o que haga que funcione mejor, lo que sí que hay es estrategias por las cuales es posible usar la memoria de manera más eficaz para que los esfuerzos por aprender sean más productivos o efectivos y que lo que se aprenda perdure más y se pueda usar mejor en nuevos contextos. Pero eso son acciones que se pueden realizar cuando se está aprendiendo. Una de los más obvios es distribuir la práctica, sin masificarla, es decir, que cuando se estudia o se aprende algo no se deje todo para el día antes de un examen, por ejemplo, pues eso además marca una diferencia enorme en la durabilidad de lo que se aprende y en su capacidad de transferencia.

Para mantener una vida sana cognitivamente aconsejo leer un poco cada día y también intentar aprender cosas nuevas, pero no hay que hacer ejercicios de ningún tipo. Si a alguien le gusta y le sienta bien hacerlos, bien, eso no hará ningún daño, pero sí que hay que ser conscientes de que eso no provocará un efecto de mejora de la memoria a nivel general. Lo que es totalmente recomendable es leer a diario porque es una actividad cognitiva muy exigente y además aporta conocimientos y lo que sí está claro es que la manera de mantener sana la memoria es seguir aprendiendo.

«No hay un músculo que ejercite la memoria, lo que sí que hay es estrategias por las cuales es posible usar la memoria de manera más eficaz para que los esfuerzos por aprender sean más productivos o efectivos y que lo que se aprenda perdure más y se pueda usar mejor en nuevos contextos»

De los secretos de la memoria que ha investigado, ¿cuál le parece más revelador?

Por un lado, creo que darse cuenta de que cuando nos ponemos a investigar no solo tenemos una memoria sino varias y que además dependen de distintas regiones del cerebro es algo muy revelador, así como darnos cuenta de que la semántica y la episódica son muy distintas, a pesar de estar íntimamente relacionadas.

Y por otro, creo que cuando pensamos en las limitaciones de la memoria el olvido es solo una de ellas. Y cuidado con llamarle limitación porque en realidad es una ventaja. El olvido es clave para aprender y poder usar lo aprendido de cara al futuro porque al final, ¿cuál es la función de la memoria? ¿Es acaso recordar el pasado o implica que seamos capaces de afrontar el futuro? Está claro que recordar el pasado inmediato sí que es una de sus funciones porque si no estaríamos perdidos todo el rato, pero lo importante no es tanto recordar exactamente lo que sucedió sino que seamos capaces de transferir al futuro el trasfondo de lo que ya he vivido, pues así podré responder de manera más efectiva. Y para eso hace falta olvidar.

Algo que desconocemos o que obviamos es que nuestra memoria falla porque generamos muchos falsos recuerdos sin darnos cuenta. La cuestión de los falsos recuerdos es sorprendente, pues esta relación tan íntima que existe entre imaginar y recordar hace que a veces seamos incapaces de distinguir entre una cosa y la otra. Pero lo bonito de todo es que los fallos de nuestra memoria en realidad son la manifestación de sus bondades y virtudes porque precisamente el hecho de que generemos falsos recuerdos es producto de nuestra capacidad de imaginar, razonar y de crear nuevas soluciones. Pero eso a veces puede hacer que pensemos que estamos recordando cuando en realidad estamos introduciendo algo de ficción 

 

¿Quién es el autor?

Héctor Ruiz Martín es director de la International Science Teaching Foundation y un gran divulgador científico. Biólogo e investigador en los campos de la psicología cognitiva de la memoria y el aprendizaje, ha sido profesor de secundaria y de universidad. Su carrera científica se ha desarrollado en centros de investigación de Estados Unidos como la Universidad de Washington y el Jet Propulsion Laboratory (NASA) de California. En los últimos quince años ha trabajado en el desarrollo de recursos educativos basados en la evidencia científica en torno al aprendizaje, que han beneficiado a centenares de miles de estudiantes en Europa y América. Además, ha sido asesor de varios gobiernos e instituciones educativas en España y en países de Asia y Latinoamérica.